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El valor de la luz en el arte

El valor de la luz en el arte

El uso de la luz en el arte ha sido una constante desde los tiempos de Leonardo Da Vinci. Pero, en las últimas décadas, se han multiplicado los artistas que la utilizan como objeto y soporte de sus producciones. A nivel global, se puede incluir dentro de este grupo a Daniel Canogar, el colectivo Realities: United y Peter Kogler; y, en el caso de nuestro país, a Julio Le Parc y Gyula Kosice.

El trabajo de Canogar se nutre de la fotografía, del arte plástico y de la electrónica. Su búsqueda por humanizar a la tecnología es, tal vez, su gran constante. En el núcleo de sus creaciones aparece un bombardeo de imágenes que ataca la vida cotidiana. Además, las instalaciones que desarrolla reflexionan sobre el cuerpo y la influencia del avance tecnológico. Según el artista, existe un diálogo silencioso entre el ser humano y la tecnología, por eso en sus obras el espectador no sólo se sumerge en imágenes proyectadas, sino también en los dispositivos encargados de generarlas, como computadoras, pantallas Led, cintas de video, cables, etc.

El estudio alemán Realities:United va detrás de concretar el proyecto de la arquitectura dinámica. Los fundadores de este equipo son los hermanos Tim Edler y Jan Edler, quienes expresan con maestría esta búsqueda en BIX, una de sus instalaciones más reconocidas, donde dejan en claro que el objetivo principal es fusionar recursos del mundo tangible y de la virtualidad. Al mismo tiempo, ubican en primer plano los códigos que hoy conectan a la arquitectura con el universo informático.

BIX fue pensada para el Kunsthaus Graz (Austria), un salón internacional de exposiciones de arte moderno y contemporáneo. La fachada principal del edificio se transforma en la pantalla de una computadora donde emerge un diseño interactivo a gran escala. Para realizarla, se desplegó una matriz de 930 anillos de lámparas fluorescentes que cubren un área aproximada de 20 metros de alto por 40 metro de largo. Los anillos cumplen la función de píxeles gigantes, y su intensidad se puede graduar desde una computadora con una amplitud de dieciocho valores por segundo. La misma fachada emite la luz. El proceso es integral, no hay proyecciones.

En el caso de Peter Kogler, su eje de acción apunta a entrecruzar la arquitectura con el cine. Kogler comenzó a experimentar en el arte a principios de la década de 1970 con piezas que exaltaban lo gestual-simbólico. El quiebre llegó veinte años más tarde con la inclusión de las computadoras y un trabajo profundo dentro del denominado Cave (Cave Automatic Virtual Enviornment): una habitación de tres metros de alto, por tres de ancho, abierta en uno de sus lados. En toda la superficie se proyectan imágenes digitales en tres dimensiones que se realzan con un sistema de lentes que deben llevar puestos los espectadores. El concepto es modificar el espacio expositivo y abrir las puertas a un nuevo vocabulario inspirado en la tecnología aplicada a la información, la comunicación y la arquitectura cinematográfica.

Argentinos que juegan con la luz

En la década del ’60, el mendocino Julio Le Parc desarrolló una serie de experiencias cinéticas en torno a la luz. Le Parc fue uno de los artistas argentinos más importantes del siglo XX, reconocido en 1966 con el Gran Premio Internacional de Pintura de la XXXIII Bienal de Venecia.

Su gran preocupación fueron las alteraciones de la luz en movimiento, tema que desplegó en 17 instalaciones lumínicas que suman 900 metros cuadrados. En estas instalaciones, la luz en movimiento modifica el espacio, lo recrea en forma permanente y, al mismo tiempo, lo disuelve, incluyendo al observador en la obra de arte total.

Entre sus obras emblemáticas se destacan el cilindro Continuel-lumièrecylindre (Continuo-Luz, 1962); el móvil Continuel-mobil (Continuo-móvil, 1962-1996) y el penetrable Cellule á pénétrer (Célula penetrable, 1963 -2005), pieza multisensorial que el artista presentó por primera vez en la Bienal de París de 1963, como parte del laberinto L’ Instabilité (La inestabilidad) del Groupe de Recherche d’Art Visuel (GRAV), grupo co-fundado por Le Parc en 1960 para investigar el movimiento a partir de la relación dinámica entre el espectador y el objeto artístico. Sus investigaciones científico-mecánicas resultaron en interesantes juegos azarosos de luces y sombras, en los que la participación del espectador completa la obra. 

Por su parte, Gyula Kosice, que nació en la ciudad eslovaca de Kosice y arribó a la Argentina con tan solo cuatro años, se embarcó en una búsqueda plástica que rechazaba pensar al arte como una forma de representación de la realidad. Su deseo era presentar otra realidad posible, que pudiera, a su vez, transformar el mundo en el que vivía.

Su obra se desplegó en numerosas direcciones, ninguna demasiado convencional. Realizó piezas cinéticas hechas en base a luces y gas neón y sensores sonoros e interruptores. Su meta era abrirle el juego a los espectadores, hacerlos partícipes de un dinámico y complejo universo, hecho de la fusión del espíritu creativo con la curiosidad científica.

Las obras con agua, otra de sus obsesiones plásticas, dieron lugar a uno de sus proyectos más singulares, la “ciudad hidroespacial”, ocurrencia poética y utópica con la que Kosice proponía una solución a la superpoblación mundial y también a la falta de poesía en la vida cotidiana. Se trataba de una ciudad suspendida en el aire, sobre el agua.

Kosice murió en mayo de este año, a los 92 años, en su querido barrio de Almagro, en Buenos Aires.

 

Fuentes: Clarín, Ounae, Malba

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